martes

Aprender a vivir

José Antonio Marina define la felicidad como “la armoniosa realización de las dos grandes motivaciones humanas: el bienestar y la ampliación de posibilidades”.
    El ser humano busca el bienestar físico, económico y psicológico. Esta es una aspiración conservadora. Y aunque parezca que es suficiente para lograr la ansiada felicidad, el ser humano no se conforma con esto. La especie humana necesita un proyecto, una tarea por la que sentirse orgulloso. El hecho de vivir cómodamente no vale para ser feliz. Existen varias posibilidades para conseguir la felicidad: tener hijos, crear arte, plantar un jardín, montar un negocio, etc. Aunque cualquiera de estas actividades pueda robarnos una parte importante de nuestro tiempo, nos proporcionan otro tipo de satisfacción, igualmente necesaria para lograr la felicidad.
    En resumen, todos aspiramos a un bienestar físico, pero también a una vida creadora. El niño también vive esta realidad sobre la felicidad: aspira a una vida placentera, sin dejar de lado la vida creativa. Conseguir esa meta va a depender de los recursos con los que cuente cada persona. Porque, si no cuenta con los recursos necesarios, puede perder todo lo que tiene.
    El objetivo del educador es fomentar las habilidades intelectuales, afectivas y operativas de los niños. Para alcanzar la felicidad, los maestros deben potenciar los recursos básicos que ampliaran las posibilidades de cada persona. No se trata de dirigir la vida del alumno, sino de enseñarle a diseñar y realizar su proyecto. En definitiva, ayudar al niño a desarrollar una personalidad inteligente. Porque la inteligencia se despliega en la acción, y, en especial, en la acción dirigida a la felicidad.
    Otra observación importante es que el ser humano interacciona con la sociedad. La educación pretende formar al ciudadano para que éste logre la felicidad. Pero, al mismo tiempo, la sociedad...

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